domingo, 10 de julio de 2011

Las personas que nos hacen sonreír


Por: Milo Ferre

Hay momentos en la vida en los que sentimos que literalmente podríamos “explotar de felicidad”, nuestros corazones llenos de júbilo galopan dentro de nuestro pecho, no podemos parar de sonreír y se deja entrever la grandeza que reside en vivir una vida compartida.
El secreto de la vida es vivirla con otros, habitar juntos el tiempo que tenemos para contemplar aunque sea de lejos la perfecta felicidad. Hay una infinidad de tipos de relaciones que nos llevan a ese estado de gozo, pero son muy pocas las personas con las que realmente podemos compartirlo. Puede ser en el abrazo protector de un padre, en compartir las alegrías y las tristezas con amigos, un tierno beso robado al final de una noche o la primera palabra de un hijo. Estas personas van ocupando un lugar privilegiado en nuestras vidas y aunque pase mucho tiempo sin verlos los sentimos siempre parte de nuestra intimidad.
Es con estos “compañeros de viaje” con los que vamos forjando lazos que trascienden la simple existencia material e inhieren en nuestra naturaleza espiritual. No es casualidad que use la palabra inherir, ya que estas relaciones van dejando una marca honda en nuestro espíritu que ni los años ni la distancia pueden borrar y transforman la mismísima concepción del tiempo.
Hay dos preguntas que nos hacemos a lo largo de nuestras vidas cuando pensamos en los vínculos ¿cómo podemos lograr tener relaciones más significativas? y ¿cómo hacemos para habitar por más tiempo en las mismas? Las respuestas a las mismas son tan variadas como personas hay en el mundo, pero la experiencia nos va demostrando que en el compartir nuestras verdades mas profundas y en la entrega del propio ser es donde los vínculos se vuelven inquebrantables.
No quiero parecer juez arbitrario ni dueño irrefutable de la verdad, pero quiero compartir algunas ideas acerca del “como vivir relaciones profundas” que he ido capturando en charlas y experiencias de gente que respeto y habita estos lugares más recónditos de mi corazón.

He separado estos conceptos de cómo vivir relaciones profundas en 6 grupos, para poder tratar el tema con mayor detenimiento. Esto es solo una pequeña porción del misterio de las personas que nos hacen sonreír.

Habitar el tiempo juntos

Es el compromiso de que el tiempo que nos toca vivir en este mundo fue hecho para pasarlo juntos. La vida es muy efímera ya que hay poco tiempo, y el mismo fue hecho para ser habitado – y no habitado en soledad – sino que compartido como la gente que amamos. En este concepto de habitar el tiempo juntos conviven dos ideas muy importantes: la idea de comunidad y la de temporalidad.
Cuando hablamos de comunidad no nos referimos únicamente a UN grupo de gente, sino que hablamos de EL grupo de gente con el que elegimos pasar nuestra vida. Cicerón decía, "Hemos nacido para unirnos con nuestros semejantes y vivir en comunidad con la raza humana". Estas personas serán las que compartan nuestra dicha y nos acompañen durante los dolores más profundos, y aunque nuestra comunidad será una sola estará formada por una gran diversidad de grupos de personas diferentes como pueden ser: familia, amigos, un guía espiritual, pareja, etc.
Con temporalidad nos referimos a que viviremos todo el tiempo que abarca nuestra vida con la gente que elegimos. Aunque el verdadero misterio radica en que como no podemos cambiar el pasado, ni podemos saber con certeza que es lo que nos depara el futuro,  solo podemos entregarnos como niños y disfrutar el presente. Hay que aprender a vivir el ahora, a disfrutar las pequeñas cosas y las personas que tengo en este momento, y hacerlo con todos nuestros sentidos y corazón. El cantautor argentino Facundo Cabral decía:

Nacemos para vivir, por eso el capital más importante que tenemos es el tiempo, es tan corto nuestro paso por este planeta que es una pésima idea no gozar cada paso y cada instante, con el favor de una mente que no tiene limites y un corazón que puede amar mucho más de lo que suponemos.”

Entonces comprendemos la importancia de hacer que cada conversación sea significativa, que cada gesto hacia el prójimo sea uno de amor, todo esto como si no hubiera mañana. Será entonces en la suma de cada una de estas pequeñas gracias de todos los días que comenzaremos a habitar por completo el tiempo de nuestra existencia.

Conocer la verdad del otro

En la actualidad podemos decir que las personas tenemos diferentes niveles de conciencia de nuestro propio ser. Está lo que se demuestra al prójimo o lo que queremos que los demás piensen de nosotros, mas abajo se encuentra lo que se piensa de uno mismo y no siempre se quiere que los demás vean (aquí se alojan nuestras heridas y miedos), y por último en lo más profundo de nosotros se encuentra lo que realmente somos, NUESTRA VERDAD. Es esta verdad escondida la más digna de amor ya que va más allá de lo que queremos mostrar y de la mirada mutilada que tenemos de nosotros mismos.
Para poder entender esta verdad inalienable de alguien (y también la propia), debemos comenzar por reconocer que la otra persona es poseedora de una dignidad que la convierte única en el mundo. El escritor español del siglo XVII, Baltasar Gracián decía “Visto un león, están vistos todos, y vista una oveja, todas; pero visto un hombre, no está visto sino uno, y aún no bien conocido”.

Y cual es la clave para formar un vínculo basado en la verdad del otro, la intimidad. Cuando permitimos que una persona entre en nuestra intimidad y a su vez se nos permite conocer la suya, empezamos a mostrar lo que realmente abunda en nuestro corazón. El secreto es que únicamente se nos permitirá acceder la verdad más profunda de la otra persona si hay confianza, y la confianza es algo que lleva tiempo en cultivar.

Es en esta profunda intimidad que empezamos a amar a la otra persona por lo que realmente es, por su verdad, y es en este amor benevolente donde la persona comienza ser parte nuestra.


Mirar al otro con el corazón

Para poder reconocer la verdad del otro es necesario que sepamos mirarlo y guardarlo en nuestro corazón, y solo se puede lograr esto cuando se consigue estar en silencio y adentrarse en el propio interior. Es así que al alojar a una persona en nuestro corazón, la invitamos a habitar nuestra intimidad y a que en este encuentro nuestras verdades se conviertan en una. El escritor francés Antoine de Saint Exupery decía en El Principito:

He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”

Aunque esto parece tarea fácil no siempre podemos dejar de lado nuestros pensamientos, prejuicios y miedos a la hora de llevar al otro a nuestro corazón, ya que nuestra mente comienza a levantar barreras para evitar que los demás puedan ver nuestra vulnerabilidad y lastimarnos.

Por eso sucede que muchas veces cuando es demasiado difícil invitar a las personas a lo profundo de nuestro ser, hay que animarse a “vivir con el con el corazón en la mano” para que otros puedan acercarse a nosotros. Es en este exponernos al límite que uno tiene todo para ganar y todo para perder, cumpliéndose los que decía Tennyson “Es mejor haber amado y perdido que no haber amado nunca.”.

A través de este acto valiente de exponerse cada uno se va  sensibilizando con la vulnerabilidad ajena y cambiando la mirada por una mucho mas misericordiosa. Es esta mirada hacia los demás, la que viene del corazón, que termina por derribar las barreras que nos separan para que los vínculos comiencen a solidificarse en el amor.


Fundar relaciones en lo profundo

La propuesta del mundo de hoy es de formar muchísimas relaciones, en un cortísimo tiempo y muy superficiales. A los jóvenes - y los no tanto - les da mucho miedo el formar lazos fuertes, y aquellos que si los quieren para su vida no encuentran los espacios donde conocer personas que les permitan descubrir su propia profundidad, lo que les genera una ansiedad que no pueden terminar de explicar. Estos miedos los llevan a sentir una inevitable desesperanza que los hace pensar que de nada sirve cambiar, y es esta desesperanza la que termina por conducirlos hacia un total y profundo sentimiento de soledad.

El desafío radica en que nuestros encuentros, conversaciones y canales de comunicación sean profundos y sentidos, sin olvidar que del otro lado hay una persona con una dignidad tan única como la nuestra. Se trata de que nuestras palabras vengan acompañadas de actos concretos de amor y de verdad. Entendemos que las relaciones se van generando en el compartir momentos - desde los más simples y pequeños, hasta los más trascendentales y determinantes - y aunque no siempre está en nuestro poder el poder elegir que es lo que sucederá, lo que si podemos elegir es con que profundidad los viviremos. Es entonces que necesitamos intentar ir generando cada vez más espacios de encuentros profundos donde podamos compartir lo que tenemos guardado en lo profundo de nuestro ser.

Uno de los aspectos más importantes de estas relaciones es que generan un crecimiento en ambas partes, todos los que son participes de esta recíproca profundidad son enriquecidos por la misma. Este crecimiento es doble ya que es al mismo tiempo personal y mutuo, en el que uno logra desarrollarse y madurar como persona al mismo tiempo que va creciendo y aprendiendo de la otra persona. 


Ser guardián de la soledad ajena [1]

Hay dos fantasías muy comunes a la hora de vivir las relaciones: Una es la tentación de pensar que la otra persona lo es todo, todo lo que buscamos, la solución a todos nuestros anhelos. La otra es no ver la humanidad y dignidad de la otra persona. Aunque parecen dos cosas muy diferentes, son reflejo la una de la otra.

El primero de los casos es uno de total encaprichamiento, cuando alguien se convierte en el objeto de todos nuestros deseos, y en símbolo de todo lo que hemos anhelado, en la respuesta a todas nuestras necesidades. Si no llegamos a ser uno con esa persona, entonces nuestra vida no tiene sentido, está vacía. La persona amada llega a ser para nosotros la respuesta a ese pozo de necesidad grande y profundo que descubrimos dentro de nosotros. Pensamos en esa persona todo el día. En este estado ya no queremos a la otra persona por lo que realmente es (su verdad), sino que por como nos hace sentir cuando estamos a su lado y terminamos por ahogarla. Divinizamos a la persona amada, y por supuesto lo que estamos adorando es nuestra propia creación, es una proyección.

El otro caso se trata de no querer a la otra persona por su dignidad única, sino por lo que podemos conseguir de ella para nuestro propio beneficio. La trampa opuesta al encaprichamiento no es hacer de la otra persona Dios, sino hacerles un simple objeto, algo con lo que satisfacer mis necesidades.  Tiene que ver con el deseo de dominar a otras personas, el impulso de hacernos con el control y convertirnos en Dios.

Amar al otro empieza cuando somos curados de esta ilusión y estamos cara a cara con una persona real y no con una proyección de nuestros deseos, el sueño de comunión plena es un mito. El poeta Rilke – hablando del matrimonio, pero también aplica a nuestro caso - entendió que no puede haber verdadera intimidad hasta que uno no se da cuenta de que cada cual en cierta forma permanece solo. Cada ser humano conserva soledad, un espacio a su alrededor, que no puede ser eliminado.

‘Un buen matrimonio es aquel en el que cada cual nombra al otro guardián de su soledad, y le muestra su confianza, lo más grande que puede entregarle… Una vez que se acepta que incluso entre los seres humanos más cercanos sigue existiendo una distancia infinita, puede crecer una forma maravillosa de vivir uno al lado del otro, si logran amar la distancia que existe entre ellos que le permite a cada cual ver en su totalidad el perfil del otro recortado contra un amplio cielo[2].’

De aquí que entendemos la necesidad de que al querer a alguien es necesario ser custodios de su intimidad reconociéndolo como un ser independiente a uno mismo. Nuestro amor ha de liberar a las personas. Todo amor tiene que liberar y debe abrir grandes espacios de libertad.


Ser sacramento para los demas

Una vez hace unos años en un retiro escuche una charla de sacramentos, en la que decían que los mismos eran signos sensibles y efectivos de la gracia de Dios. Lo interesante fue que luego dijeron que por ende los signos compartidos de la misma gracia, eran sacramentos.

Lo que me puso a pensar que – al igual que Jesús – nosotros estamos llamados a ser sacramento para la gente que nos rodea. Se que esto suena un poco raro, pero lo que estoy diciendo es que tenemos que tener la vocación de compartir nuestra propia vida con los demas, y no solo compartirla sino que entregarla. Como decía Leon Tolstoi:

“No hay más que una manera de ser feliz: vivir para los demás”.

El verdadero don de ser sacramento para los demás radica en la ENTREGA, y no una solamente física como nos propone el mundo actual sino que  también mental y espiritual, el todo que somos como persona. Es en este regalarse a los demás en el que mas sinceramente nos encontramos con nosotros mismos.
La forma mas real para alcanzar la máxima intimidad con el otro es regalándole lo que soy por entero. Es en esta entrega donde encontramos la medida para amar perfectamente. Me gustaría cerrar este punto con una de las frases que más me gustan de San Agustín, quien realmente entendió lo que es amar:

“La medida del amor es amar sin medida.”



Estos puntos que acabamos de compartir son solo una pequeña parte de una invitación mucho mayor, el vivir todas las relaciones en nuestra vida de una manera mucho más significativa. Así iremos creando lazos inquebrantables que llenen nuestra existencia, y ya no caminaremos solos sino que nos encontraremos unidos hasta el final de los tiempos. Ya no seremos “uno contra el otro”, sino que seremos uno.
Como dijo Abraham Lincon:

“Amigos. Me resisto a terminar. No somos enemigos, sino amigos. No debemos ser enemigos. Aunque la pasión ha forzado nuestra amistad, no debe romper nuestros lazos de afecto. Las cuerdas místicas de la memoria, estirándose desde cada campo de batalla, y desde cada tumba de patriota, a cada corazón vivo y cada hogar, a lo ancho de esta tierra, cantarán aún el coro de la Unión, cuando sean tocados de nuevo, como estoy seguro que lo serán, por parte de los mejores ángeles de nuestra naturaleza.” [3]


Los saludo con esperanza, ya que las despedidas entre amigos tienen que estar llenas de esperanza.


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[1] En este punto tomo muchos pasajes del artículo: "Afectividad y Eucaristía", Conferencia de Fray Timothy pronunciada en las XXXIV Jornadas Nacionales de Pastoral Juvenil
[2] John Mood Rilke on Love and Other Difficulties
[3] Abraham Lincon en su primer discurso presidencial