lunes, 27 de junio de 2011

No soy desconsiderado


Soy fumador y no soy desconsiderado. Tampoco soy egoísta, maleducado, misógino ni masoquista.
Muchas veces he escuchado a la gente blandir como una verdad aristotélica antropológica que "el fumador es desconsiderado". Sus caras lo dicen todo cuando, a las 8 de la mañana en el andén de San Isidro, enciendo mi "puchito mañanero" y sus narices se fruncen mientras sus miradas esquivas mandan señales intermitentes de descontento.
Al llegar a Retiro prendo otro cigarrillo desafiando a los "tosedores" y a los que futilmente empujan el humo fuera de su camino. Alguna señora mayor siempre se acerca a preguntarme "¿No sabes m'hijo que te estas matando?". Pero sigo caminando en silencio, dejando que el humo me envuelva ¿quien le dio la autoridad a la gente para afirmar que "todos los fumadores son desconsiderados"? ¿Qué bula papal les dio a estos “buenos cristianos” la potestad de juzgarnos? Soberbios tiranos digo yo, ignorantes marginadores.
Hubo tiempos de gloria para nosotros, tiempos en los que el fumador era un bienhechor para la sociedad y un personaje digno de admiración. Nadie le dijo nunca maleducado a Winston Churchill con su habano y vaso de whiskey, más de una coqueta señora de Recoleta quiso fugarse con James Dean fumando en su convertible, y los jóvenes soñamos con pedirle fuego a la angelical Audrey Hepburn.
Hoy vivimos en el mundo del “prohibido fumar”, de los bares de agua, de las clases de spinning y de los “fumar es perjudicial para la salud”. No hay más señores hablando de futbol los lunes por la mañana en el café de la esquina, dejando consumir su Chesterfield mientras discuten ¿Menotti o Bilardo?
El fumador es en su esencia una persona afable y social que solo busca algo que hacer con las manos en sus momentos de ocio, un caballero que acompaña las mañanas de invierno envuelto en nieblas artificiales, un anacrónico tejedor de sueños.
¿Que sería del mundo sin esas voces roncas, esas “gargantas con arena”? No imagino que terrible conspiración pueda beneficiarse al envilecer a tan nobles y decentes criaturas. Una raza en peligro de extinción, los “románticos del tabaco” siguen agrupándose en pequeños grupos para compartir recuerdos de pasados de tango y humo. Pidamos que nunca deje de existir esta raza gallarda que habita en las esquinas de Microcentro, en las puertas de los bares y en cualquier lugar que alguien necesite fuego.
Soy fumador y no soy desconsiderado.

Por
Milo Ferre

4 comentarios:

  1. Esa raza idiota, no es cierto?
    Abrazo,
    Nacho

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  2. Odio el cigarrillo. Odio el humo que me asfixia y el olor que deja en mi pelo y en mi ropa. Es veneno. Me jode más un tipo que fuma al lado mío que un tipo que se droga con pastillas o toma veneno para ratas. Al menos, no sale humo en esos casos. No me afecta la salud, ni el físico, ni la ropa. Ni hablar de las quemaduras de sacos en los bares y boliches. Tengo una camperita con 9 agujeros ya!
    No veo la hora en que esa raza se extinga y sean ya parias sociales. No veo la hora en la que fumar sea lo menos. No cómo las películas de los 50 dónde se veía a grandes estrellas fumando y todos creían que era re canchero. No veo la hora que se prohíba fumar en lugares públicos como la calle y que los pobres adictos que no pueden frenar su adicción deban recurrir a peceras herméticamente cerradas.
    Para mí el cigarrillo es todo costo y nada de beneficio.
    Y socialmente es un cáncer que genera muertes, enfermedades e incrementa el costo que la sociedad debe pagar en hospitales y clínicas para atender a los adictos.
    Las cosas como son: el cigarro es algo que destruye al que lo fuma y a los demás.

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  3. Urbano, se llama ironía. El absurdo de la justificacion de un fumador.

    Deje de fumar hace un año y medio y me siento mejor que nunca.

    Abrazo y relajala.

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