Siempre tuve la certeza, a lo largo de toda mi vida, de que sabía lo que era el Amor, nótese que hablo del amor con mayúscula y no del que se escribe con minúscula y se regala tan fácilmente hoy en día. Y a pesar de nunca haberlo experimentado en todo su esplendor lo conocía a la perfección, podía verlo flotando en el aire como algo etéreo, como desvaneciéndose.
Para mí el Amor fue siempre una idea, una convicción llena de reglas (o pasos a seguir) que lo convertían en un ideal, algo por lo que se debe trabajar y mi analogía favorita es que es un tesoro que hay que encontrar. Todas estas formas de concebir al amor hacían que fuese muy difícil dar en la medida del mismo, ya sea porque yo fallaba a la hora de cumplir alguno de los infinitos mandatos ó porque EL OTRO no estaba a la altura de tan noble ideal. Esto termino produciéndome una mezcla de hartazgo por lo trabajoso de la tarea y de miedo de nunca encontrar alguien con quien poder alcanzar el preciado tesoro.
Pero el otro día en medio de una charla no muy diferente a muchas otras que había tenido, la persona con quien hablaba me abrió su corazón y me hizo dar cuenta de que el Amor verdadero es el que se hace humano, el que se humaniza. La verdad me golpeó con tal fuerza que sentí como si me hubiesen abofeteado, en ese momento un torrente de entendimiento me inundó y vi todas mis relaciones (presentes y pasadas) desde una nueva óptica.
La verdad radica en que somos humanos y por serlo estamos enfrentados constantemente con la tentación, nuestras limitaciones, el egoísmo, los miedos, la falta de comunicación y muchísimos otros defectos que ni nos animamos a mencionar. En lugar de rechazar esta humanidad propia y ajena, de huirle o tenerle miedo hay que aceptarla. Tenemos que aprender a aceptar y abrazar el hecho de que somos imperfectos, hacernos a la idea de que debemos vivir un amor de carne y hueso, con personas reales y con los pies en la tierra. Es normal no querer enfrentar este amor por miedo al dolor, pero hay que entender que el dolor es parte inalienable e inseparable de la naturaleza humana. No hay sensación tan liberadora como la de permitirse querer desde la humanidad, ya que al hacerlo perdemos el miedo y nos damos cuenta de que no estamos solos.
Hoy ya no puedo, por lo menos sin ser deshonesto, volver a mirar al Amor como lo hacía antes. Claramente el desafío es entendernos humanos, y querernos desde y con nuestra humanidad.
Emilio Ferre