por Milo Ferre
Sabía que la noche no le daría tregua, el frío parecía cortar sus mejillas y en las sombras habitaban fantasmas del pasado. Su figura esbelta cortaba la oscuridad envuelta en humo y niebla, sus ojos marrones parecían haberse prendido fuego. Ajustó su impermeable, se reclinó sobre la capota del auto y encendió otro cigarrillo. Miraba una ventana ubicada en el segundo piso de la casa colonial que tanto conocía, su mirada esgrimía una determinación fiera y melancólica. Esperaba algo, y lo esperaba fuerte.
De pronto una luz se encendió en el cuarto y vio una silueta que se movía apresurada y torpemente, la luz volvió a apagarse. Poco después se abrió la puerta de la casa y la vio salir. Estaba tal y como la recordaba de su último encuentro. Su cuerpo era pequeño y frágil como el de una niña y caminaba con pasos cortos pero constantes, su pelo negro era demasiado lacio para recogerlo y realizaba un fuerte contraste con su pálida tez. Cuando vio sus ojos se sintió mirar dentro de dos pozos oscuros que rebalsaban de lágrimas, y por un momento creyó perder la determinación. Ella caminó hasta él e intentó abrazarlo, pero él sólo asintió con la cabeza y ella rompió en llanto.
“Bueno tranquila Majo, no te pongas así.” dijo el.
“¿Como querés que esté Pablo? Hace una semana que no me contestás ni un llamado”.
“Vamos a dar una vuelta así no despertamos a tus viejos. Tenemos que hablar”.
Subieron al auto, y ninguno de los dos se atrevía a romper el silencio. Pablo encendió el motor y comenzó a manejar sin rumbo. Entonces recordó todos los buenos momentos que había compartido con Majo en los últimos 4 años, recuerdos que ahora parecían lejanos y perdidos en el tiempo.
Se conocieron en primavera y para el verano ya eran inseparables. Caminaban juntos por las calles y se refugiaban en la sombra de cualquier árbol para besarse como adolescentes. Ella era extrovertida y graciosa, él era serio y sereno. Juntos se complementaban de manera sorprendente y eran motivo de envidia para los testigos casuales de su felicidad. No dejaban de sorprenderse ni de amarse en cada oportunidad que tenían.
Sin embargo, con el paso del tiempo, las mismísimas cosas que los habían enamorado se habían convertido en causa de infecciosas peleas. Los celos de ella eran como tempestades que se desataban súbitamente en los lugares menos pensados, arrasando con todo lo que había a su paso. Lo que antes era gracia se convirtió en una perniciosa mordacidad. La serenidad de él se volvió silencio, el silencio más tarde se volvió rencor, y terminó transformándose en hartazgo.
“¿En qué pensas?” preguntó Majo.
“En nada” contestó Pablo.
“Si no me vas a hablar, no entiendo para que me llamaste” dijo ella.
“Acá….podemos charlar en este café.” dijo el señalando un desaliñado café de barrio.
Un cafecito de barrio con aire lúgubre parecía el lugar perfecto para darle la estocada final a una relación que ya hace tiempo se encontraba agonizando. Pablo sabía que seguramente Majo veía a esto como el preludio para la ruptura de su tan accidentado romance, lo que no sabía era que esta vez era en serio, para siempre. Ya no habría más escenas de celos, llamadas a la madrugada pidiendo perdón, ni reencuentros explosivos llenos de promesas de cambio. Algo se había roto en su interior.
Pablo pidió un cortado en jarrito con azúcar y Majo una Coca Light en un vaso con hielo. Mientras revolvía el café mirando la espuma, Pablo sabía que ella lo miraba con ojos expectantes. Entonces, sin levantar la mirada, comenzó a decir lo que hace tanto tiempo tenía guardado en lo profundo de su ser.
“Mirá Majo, la verdad es que hace mucho tiempo que no estamos bien. Creo que últimamente no hacemos más que lastimarnos y ya no podemos seguir así” dijo Pablo en su tono casual que tanto la irritaba.
“¿Qué me estás diciendo?” le preguntó ella.
“Se terminó. Ya no quiero que sigamos juntos.”
“No entiendo, hasta hace un semana estaba todo bárbaro, tenemos una pelea y vos te borrás”. dijo Majo quien realmente no entendía este súbito cambio.”Para mi que tenés miedo de comprometerte en serio en una relación, pero quiero que sepas que yo voy a esperarte hasta que estés listo.”
“No entendés, esta vez es en serio. Siento que yo cambié y ya no queremos las mismas cosas, somos personas diferentes” le decía con la mirada perdida en los remolinos del café.”En algún momento empezamos a transitar caminos separados, y hoy me doy cuenta de que cuando nos miramos ya no nos reconocemos”
“Como querés que me de cuenta de lo que te pasa si nunca me hablás, ya ni siquiera me mirás a los ojos” dijo Majo rompiendo en llanto. “Yo te amo y creo que podemos cambiar y pelear por esta relación desde adentro”.
El la miró y por un momento dejó entrever aquella ternura de los primeros días. Sin embargo bajó los ojos nuevamente y vomitó lo que tantas veces no había querido decir.
“No podemos cambiar lo que somos, y hoy ya no somos los mismos. Me duele en el alma decirte esto: NO TE AMO MAS” fue su sentencia.
Mientras ella prometía que cambiaría y le juraba que su amor seguía intacto, el callaba. Las palabras de Majo eran como carne podrida en sus oídos, que lastimaba sus sentidos produciendo rechazo. Ya no había amor, sólo quería enterrarla en su memoria y que se perdiera de su existencia. Finalmente, con un “llevame a casa”, ella se rindió ante su indiferencia.
El viaje de regreso parecía no terminar nunca entre el silencio y los sollozos. El tiempo se había detenido en algún momento de los 4 años que tuvieron juntos, como una fotografía gastada que quería mostrarles que alguna vez fueron felices. Llegaron entonces a aquella casa colonial que en otrora fuera testigo de sus besos furtivos y caricias por las tardes. Ella se bajó del automóvil sin despedirse, corrió hacia la puerta y entró sin mirar atrás.
Esa fue la última vez que Pablo la vio y la vio hermosa.
Muy bueno. Me encanta el título.
ResponderEliminarMe gusta eso de mirarse y no reconocerse. Alguna vez me encontré en esa.
ResponderEliminarMe gustan Pablo y Majo. Quiero saber más de ellos!
Grande Cif, buena prosa.
Saludos!